Friday, August 17, 2007

Una tragedia personal

Esto fue escrito para un curso de composición hace dos semestres, cuya tarea fue escribir una "presentación de narración." Es una historia de verdad.

This was written for a Spanish Composition class two semesters ago. The assignment was to write a short narrative. It's a true story (and unfortunately I won't translate it).

Aproximadamente a las 8:30 de la noche el 9 de Agosto del 1999, apagué la computadora y me levanté de mi asiento en cuanto decidí a ir con mis padres a la lavandería. Pasando la puerta abierta de la casa, me fui hacia la sala para platicar un poco con mi hermano mayor Andy y mi primo Wilbert. Fue la última vez que hablé con mi hermano. Luego me fui a la habitación de mis padres, quienes se estaban alistando para irse. En retrospectiva, era un entusiasmo tan raro y tan repentino que tenía de acompañarlos, pues les había dicho que no iba ir hacía una hora anterior.

De repente se oyó un ruido extraño proviniendo de la sala. Nos asustamos pero en ese entonces estaba seguro de que se había reventado alguna de las vejigas de broma (whoopie-cushions), (las que mi tío/padrino trajo ese mismo día). Entonces, para averiguar lo que acontecía en la sala, salí inmediatamente de la habitación y caminé por el corredor oscuro, acercándome lentamente al marco de la puerta. Precisamente en el momento en que vi lo que ocurría, mi vista y mi memoria se volvieron nebulosas: la sangre corriendo por mis venas se calentó y empezó a correr ligeramente. Me puse en pánico: vi a un hombre (cuya imagen en mi memoria parece borroso), de altura mediana, cargando un extintor rojo en una mano y una pistola en la otra, disparando a mi primo Wilbert. Oí el grito de mi hermano, quien era alto y tan desarrollado que parecía todo un hombre pese a que tenía unos 14 añitos, tan espantado: "Noooooooooo!"


De inmediato, corrí hacia la habitación de mi tía, donde se encontraban dos tíos, mi tía, la novia de uno de mis tíos, dos primitos y mi hermanita de apenas cinco años, quienes en ese instante estaban viendo una novela. Bien aterrado, abrí la puerta, y entré al exclamar “¡Hay un hombre con una pistola adentro de la casa!” y, al unísono, respondieron con un “¿Qué?” muy asustado. Justamente después de su reacción colectiva, el hombre irrumpió en la habitación, tirándome hacia la pared, y, por estar directamente en frente de la puerta cuanto penetró, atrapándome detrás de ella sin que él se dara cuenta. Allí se quedó parado al disparar a mi tío Jaime, matandolo instantaneamente como si estuviera en una película. Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos.

En ese entonces me convertí en realizador de una película sobre cuyo trama yo no tenía control. Teniendo que tomar el control de la situación, decidí arriesgar mi vida en huir. Estando atrapado en el espacio estrecho detrás de la puerta, no había espacio en el cual caminar, y mucho menos para poder salir huyendo. No obstante, .conseguí escaparme sin jamás haber considerado la posibilidad de una muerte fría, puesto que seguramente nuestros cuerpos tocaron durante un segundo escalofriante. Pero él estaba en plena matanza rabiosa, no ha de haber reconocido nada.

Después, pasando por los sofás manchados y goteando de sangre, corrí por la sala donde encontré a mi madre que huía también; pero no huimos juntos, ni se nos ocurrió hacerlo ni quedaba tiempo de pensar en nada. Salí afuera donde encontré a mi primo Wilbert con su camisa y su garganta todas sangrientas; su garganta fue donde aquél le había disparado. Le dije “Voy a buscar ayuda, okay?” y entonces tenía que decidirme de prisa: para pedir auxilio, ¿ir hacia la derecha o hacia la izquierda? Algo dentro de mí me dijo que no fuera hacia la derecha, donde, como me di cuenta mucho más después, resultó ser sitio de fatalidad y de herida. Me dirigí hacia la primera casa vecina . Nadie contestó cuando toqué la puerta. Llevado por el pánico, corrí una media cuadra hasta llegar a una casa rodeada por una cerca de alambre. Salté por encima de ella, desgarrando mi camisa, corriendo desesperadamente a las puertas. Toqué como un loco pero nadie me contestó. Nadie.


Desesperado, y sin saber qué hacer, hice lo único en que podía pensar en hacer: seguí buscando auxilio. Corrí más, pasando dos casas de las que, por alguna razón, no tuve la impresión que fueran hogares . Luego, me paré erguido en frente de una casa amarilla, que inexplicablemente me dio esperanza a pesar de también ser rodeada de una cerca de alambre. De manera demasiada frenética, toqué la puerta como si alguien estuviera persiguiéndome. Una pareja joven me abrió la puerta y me preguntó sobre lo que me sucedía. A punto de llorar, les conté brevemente lo que había pasado en mi casa, y, tan amable y compasivamente, entonces me dieron refugio. Ellos me hicieron sentar en la sala mientras marcaban al 9-1-1. Al estar por fin en un ambiente más o menos calmado, se me salieron las lágrimas pues al fin siquiera tuve tiempo de sentir el horror. La mujer me pasó el teléfono tanto para contarle a la operadora lo que había acontecido en mi casa como para darle una descripción física de aquel hombre. Temblaba y echaba lágrimas sin poder tranquilizarme, pues sólo era un niño de 11 años. Después de colgar, permanecí inmóvil en el sofá, no prestando atención a la televisión encendida, puesta a la misma novela que mi familia estaba viendo cuando penetró aquel hombre para cometer dichas maldades. Los niños de la pareja se quedaron viéndome en ese estado triste, con sus miradas curiosas y desconcertadas a la vez. De repente me dieron ganas de vomitar, o “echar las tripas”, como antes solía decir mi padre. Teniendo tanto asco, aun la decoración sencilla del baño al que me llevó la mujer me fue nauseabunda
. Me puse de rodillas en frente del inodoro, quedandome así durante quizás unos cinco minutos; pero en realidad, se sintió como toda una eternidad. No pude vomitar, ni lo quise hacer. Temía hacerlo. En fin, había perdido todo control de mi vida de modo que ni pude manejar mi propio cuerpo.

Avergonzado, sin saber por qué, salí del baño. Oí los helicópteros y las sirenas policiales proviniendo de la calle. La mujer me dijo, “La policía me acaba de decir que te avisara que tu mamá te está buscando”. En ese momento me dio un consuelo temporáneo oír que me reuniría con mi madre en seguida.


Me acompañó la mujer hasta la frontera de su casa con la calle, donde el esposo se encontraba estaba hablando con un policía. Al abrirlo, salí a ver a la izquierda una muchedumbre de gente parada detrás de una cinta de acordonamiento, todos queriendo saber que había ocurrido, o con compasión o con un fisgoneo vergonzoso. Vi también a varios carros patrulleros. En fin, en ese entonces no pude creer que me había pasado lo que jamád creía que me podría pasar. Me fui hacia la muchedumbre porque me dijo el policía que allí encontraría a mi madre. No fue cierto. Sin embargo, vi a alguna figura que caminaba hacia a mí. En ese instante, sentí simultáneamente decepción y alegría: fue mi abuela maternal, la que vivía a unos quince minutos de mi casa. Nos abrazamos fuertemente, sollozando juntos. Me decía, en su acento no perfecto en inglés, “It’s okay, it’s okay,” y continuó a decir, “Todo va a estar bien, mijito”. Por primera vez en lo que pareció ser toda una eternidad, quizás unos quince minutos en total de pánico, de terror, de escape y de búsqueda de auxilio, sentí una consolación al estar en los brazos de alguien que me amaba con todo su corazón, mi abuelita. Fue una noche inolvidable que cambió mi vida para siempre.

2 comments:

Cubista said...

No sé bien que comentar ni que decir...es que más allá de los pormenores, una historia sin duda impactante. Es un excelente relato.
Flip

Unknown said...

gosh brian... what courage and strength. im glad you wrote that... its so hearbreakingly touching and human... i understand you a little differently now. proud of you buddy.